La base de todo: ¿Por qué el municipio manda en sus calles?

Mucha gente no lo sabe, pero la verdadera fuerza de nuestro país nace en el 'municipio libre'. Este concepto, que suena muy formal en el Artículo 115 de la Constitución, es lo que le da a tu gobierno local el poder y la obligación de arreglar los problemas más cercanos a ti. Y créeme, después de años recorriendo municipios de todo tipo, he visto que no hay nada más cercano y cotidiano que el tránsito. La normativa vial de un municipio es, en pocas palabras, la prueba de que tiene soberanía sobre su territorio. La capacidad que tiene un ayuntamiento para decidir dónde va un semáforo, cuál es el límite de velocidad o dónde se permite estacionar, es un ejercicio directo de su autoridad y una de sus mayores responsabilidades.

El corazón donde nacen estas decisiones es el ayuntamiento, esa mesa donde se sientan el Presidente Municipal, los regidores y los síndicos. Cada uno tiene su chamba. El alcalde empuja para que las cosas se hagan, para que haya mejores vialidades. Los regidores, que son la voz de la gente y de los partidos, discuten, pelean y negocian cada punto del reglamento para que sea justo y sirva a la comunidad. Y el síndico, que es como el abogado del pueblo, revisa que todo esté en regla, que no se viole ninguna ley más grande. Juntos, le dan forma al famoso 'Reglamento de Tránsito y Vialidad'.

Este documento es mucho más que un listado de multas. Es el manual de convivencia de nuestras calles. Ahí se define todo: los derechos del peatón (que siempre debería ser primero), las reglas para los ciclistas, los límites de velocidad, cómo deben viajar los niños en el coche y hasta cómo deben circular los camiones de carga. Para esto, es fundamental conocer los trámites como la cita para tu licencia de conducir. Por eso, tener un reglamento claro, moderno y que todos puedan entender es una tarea gigante para cualquier gobierno municipal que se tome en serio la seguridad de su gente.

Ahora, crear estas reglas no es nomás de sentarse a escribir. En los municipios grandes, con más lana, hay ingenieros y urbanistas que estudian cuántos coches pasan, dónde hay más choques y cómo se mueve la gente. Con esos datos, proponen cambios para adaptar el reglamento a la realidad. Por ejemplo, hace 15 años nadie pensaba en regular los monopatines eléctricos o el Uber. Los ayuntamientos han tenido que 'ponerse las pilas' para incluir estas nuevas formas de moverse sin generar un caos. En mi experiencia, los mejores reglamentos son los que están vivos, los que se actualizan, con el apoyo de una buena obra pública en tu municipio.

Pero la realidad de México es muy diversa. Mientras en las grandes ciudades se habla de semáforos inteligentes, en muchos municipios rurales el reto es más básico: poner señalamientos que se vean, tapar los baches o tener una patrulla de tránsito. En esos lugares, el reglamento puede ser más sencillo, pero igual de importante. Decidir cómo organizar el tráfico el día del tianguis o poner topes afuera de la primaria son acciones que salvan vidas. La efectividad de las reglas viales no depende de qué tan grueso es el libro, sino de que respondan a las necesidades locales y de que el gobierno tenga la capacidad de comunicarlas y hacerlas valer. Un manual sencillo, explicado con peras y manzanas, es una herramienta de oro para gobernar bien.

La sala de un cabildo municipal en México, con regidores y el alcalde en sesión, discutiendo políticas públicas como el manual de reglas de transito.

Del papel a la realidad: Infraestructura y vigilancia del tránsito

Tener un reglamento de tránsito bien escrito es como tener una buena receta de cocina; es el primer paso, pero el platillo no se va a preparar solo. La verdadera prueba de fuego está en la calle, en el día a día. Para que las reglas funcionen, se necesita una combinación perfecta de tres cosas: la norma escrita, una infraestructura que la respalde y autoridades que la hagan cumplir. De nada sirve un reglamento impecable si falta una señal de 'ALTO' en un cruce peligroso o si los agentes de tránsito no sancionan a quien se pasa la luz roja.

La infraestructura vial es el lenguaje con el que el reglamento nos habla. Cada semáforo, cada línea pintada en el pavimento, cada tope y cada puente peatonal es una regla hecha concreto y metal. La chamba del ayuntamiento, a través de sus direcciones de Obras Públicas y Servicios, es que este 'lenguaje' sea claro y esté en buen estado. Esto cuesta, y requiere inversión constante. He visto municipios que logran maravillas sincronizando semáforos para crear 'olas verdes' y agilizar el tráfico; eso es aplicar la ingeniería para que las reglas funcionen mejor. Igualmente, construir ciclovías seguras no es solo echar cemento, es la materialización de una política que dice: 'aquí, los ciclistas también importan y tienen su espacio'.

La vigilancia, por otro lado, es el trabajo que vemos todos los días, el que realizan los oficiales de tránsito. Su presencia en la calle ayuda a prevenir infracciones, pero su labor es delicada. Su actuación debe ser firme pero siempre apegada a la ley y con respeto. Uno de los retos más grandes que he visto en los municipios es la capacitación y profesionalización de sus cuerpos de tránsito. Un oficial debe conocer el reglamento al derecho y al revés, pero también saber cómo mediar en un conflicto. Cuando la gente percibe que las multas se ponen con justicia y no por 'mordida' o capricho, la confianza en la autoridad crece y el respeto por las reglas también. Para conocer más sobre los trámites relacionados con tu vehículo y licencia, consulta nuestra guía para tramitar un duplicado de licencia.

Hoy en día, la tecnología es una gran aliada. Las famosas fotomultas, aunque a veces nos duelan en el bolsillo, son un ejemplo de cómo se puede aplicar la ley de forma pareja para todos, sobre todo en temas de velocidad. También, las cámaras de los centros de control (C4 o C5) ya no solo vigilan la delincuencia, sino que monitorean el tráfico en tiempo real. Esto permite a las autoridades desviar la circulación si hay un accidente o ajustar los tiempos de los semáforos en horas pico. Toda esa información es oro molido para planificar mejor la ciudad y adaptar las reglas de tránsito a cómo nos movemos en realidad.

Finalmente, hablemos de dinero. El presupuesto que el municipio destina a la movilidad lo es todo. Lo ideal, y lo que marca la ley, es que el dinero que entra por las multas se reinvierta en mejorar la vialidad: en campañas de educación vial, en pintar las rayas de los carriles, en comprar patrullas o en tecnología. Cuando como ciudadano ves que el dinero de tu infracción se usó para poner el semáforo que hacía falta en tu colonia, el sistema se vuelve legítimo. Así, la gestión del tránsito se convierte en un círculo virtuoso: aplicar bien las reglas no solo da orden, sino que también genera los recursos para seguir mejorando la movilidad para todos.

El futuro es hoy: Nuevos retos y la importancia de tu participación

El mundo cambia a una velocidad impresionante, y con él, la forma en que nos movemos. Los reglamentos de tránsito que se escribieron hace 20 años hoy parecen de la prehistoria. Los municipios, por ser el gobierno más cercano a nosotros, son los primeros que tienen que enfrentar estos cambios. Un reglamento que no se actualiza, simplemente deja de servir. En mi experiencia como consultor, siempre insisto en que la gestión de la movilidad debe ser proactiva, abierta a la gente y usar la tecnología a su favor. La idea ya no es solo castigar, sino poner la seguridad de las personas, la eficiencia y el medio ambiente como prioridad.

Uno de los dolores de cabeza más recientes para los ayuntamientos ha sido la llegada de la micromovilidad y las plataformas digitales. De un día para otro, las calles se llenaron de bicicletas y scooters eléctricos de renta, y los servicios como Uber o Didi se volvieron parte del paisaje. ¿Por dónde deben circular? ¿Qué casco deben usar? ¿Dónde se pueden estacionar para no estorbar a los peatones? Alcaldes y regidores han tenido que aprender sobre la marcha, creando nuevas secciones en sus reglamentos para poner orden. Esto nos ha enseñado que es vital que las autoridades se sienten a platicar con las empresas de tecnología y, sobre todo, con los ciudadanos, para crear reglas que impulsen la innovación sin poner en riesgo a nadie.

Y aquí es donde entras tú. La participación ciudadana es fundamental. Nadie conoce mejor los problemas de una calle que quien vive o transita por ella todos los días. Un reglamento de tránsito no puede hacerse a puerta cerrada en una oficina. Los ayuntamientos más inteligentes son los que abren el juego: hacen consultas públicas, organizan talleres con vecinos y usan las redes sociales para escuchar ideas. Cuando se le pregunta a los ciclistas cómo diseñar una ciclovía o a los padres de familia dónde poner un tope cerca de una escuela, las soluciones son mucho mejores y la gente las adopta como suyas. Pasamos de ser solo 'sujetos' de la ley a ser 'actores' en su creación.

Mirando hacia adelante, hay una filosofía que está cambiando todo, llamada 'Visión Cero'. La meta es muy ambiciosa: que no haya ninguna muerte ni lesión grave por accidentes de tránsito. El enfoque es distinto: en lugar de solo culpar al conductor, se asume que los humanos cometemos errores y que el sistema vial (calles, señales, reglas) debe estar diseñado para que esos errores no cuesten una vida. Esto implica tomar decisiones valientes, como bajar los límites de velocidad en las ciudades, construir banquetas más anchas y seguras, y ser muy estrictos con quienes manejan borrachos o a exceso de velocidad. Para saber más sobre cómo los municipios pueden fortalecerse, una gran fuente es el Instituto Nacional para el Federalismo y el Desarrollo Municipal (INAFED), que ofrece mucha información valiosa.

Por último, un reto enorme en las grandes zonas metropolitanas es la falta de coordinación. Es de lo más común vivir en un municipio, trabajar en otro y estudiar en un tercero. En un solo trayecto, puedes pasar por tres reglamentos de tránsito distintos. Esto es un caos. El futuro en estas áreas depende de que los alcaldes se pongan de acuerdo para crear reglas homologadas, por lo menos en lo más importante. La capacidad de los municipios para cooperar entre sí será tan crucial como su capacidad para gobernar bien hacia adentro. Al final del día, la ciudad es una sola, sin importar las fronteras políticas.