¿Quién decide cómo crece tu ciudad? El papel del municipio
Tabla de Contenido
- ¿Quién decide cómo crece tu ciudad? El papel del municipio
- Los grandes desafíos: De colonias irregulares a la falta de recursos
- El camino a seguir: Casos de éxito y el futuro de nuestras ciudades
Si alguna vez te has preguntado quién decide dónde se construye un nuevo fraccionamiento o por qué una avenida principal de repente se llena de edificios altos, la respuesta casi siempre está en la misma oficina: la de tu gobierno municipal. Como la autoridad más cercana a ti, el municipio tiene la enorme responsabilidad de ser el arquitecto de tu ciudad. La propia Constitución, en su famoso Artículo 115, le da a los ayuntamientos la facultad de organizar su territorio, es decir, de hacer los planos y reglas para el desarrollo urbano. Esta no es una tarea menor; es la herramienta con la que se define la calidad de vida de todos los que vivimos ahí.
Para que esto funcione, existe una ley principal, la Ley General de Asentamientos Humanos, Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano (LGAHOTDU), que es como el manual de instrucciones para todos los municipios del país. Esta ley busca que todos los niveles de gobierno se pongan de acuerdo para que el crecimiento sea ordenado, sostenible y piense en las personas. La idea es dejar de crecer a lo loco, expandiendo la mancha urbana sin control, y empezar a construir ciudades más compactas, conectadas y con todo lo necesario para vivir bien. Aquí es donde el desarrollo de la vivienda deja de ser solo construir casas para convertirse en crear verdaderas comunidades.
Dentro del municipio, el equipo principal es el Ayuntamiento, formado por el Presidente Municipal, los Síndicos y los Regidores. En las sesiones de Cabildo es donde se cocinan las decisiones más importantes: se aprueban los Planes Municipales de Desarrollo Urbano (PMDU), que son el mapa del futuro de la ciudad, y se dan los permisos para nuevos desarrollos. Cada firma y cada voto en esa sala tiene un impacto directo en el paisaje que vemos todos los días. Los regidores son tus representantes y su trabajo es asegurarse de que los proyectos realmente beneficien a la gente y cumplan con la ley.
Pero las decisiones del Cabildo necesitan un brazo técnico que las ejecute. Aquí entran las Direcciones de Desarrollo Urbano u Obras Públicas. Créeme, he trabajado con muchos de estos equipos y su labor es crucial. Son los ingenieros y arquitectos que revisan los planos, checan que las construcciones sean seguras y otorgan las licencias. Un equipo técnico profesional y bien capacitado es la diferencia entre un desarrollo de calidad y un futuro problema para la ciudad. Cuando estas áreas usan herramientas modernas como los Sistemas de Información Geográfica (SIG), pueden planear mucho mejor, identificando zonas de riesgo y asegurando que los servicios lleguen a donde tienen que llegar.
Al final del día, el desarrollo de la vivienda es un juego de equilibrio. Por un lado, están los desarrolladores que buscan un negocio rentable; por otro, la gente que necesita un lugar digno y a buen precio para vivir. El municipio es el árbitro que debe poner las reglas para que todos ganen, guiando el crecimiento hacia donde es viable y promoviendo opciones de vivienda para quienes menos tienen. Y claro, nada de esto funciona sin la coordinación con el gobierno federal (como la SEDATU o el INFONAVIT) y el estatal. Un buen alcalde es el que sabe tocar estas puertas para traer recursos y alinear sus planes con los programas nacionales. En resumen, el desarrollo de tu ciudad es un trabajo en equipo complejo, y entender quién hace qué es el primer paso para poder participar y exigir mejores resultados.

Los grandes desafíos: De colonias irregulares a la falta de recursos
A pesar de que las reglas del juego están escritas, los municipios se enfrentan a desafíos gigantescos. Yo los llamo los "monstruos urbanos", porque si no se les atiende, pueden devorar la calidad de vida de una ciudad. El más visible es el crecimiento de asentamientos irregulares. Lo he visto en todo México, desde las periferias de las grandes metrópolis hasta los bordes de ciudades medias. Familias que, por necesidad y por no poder pagar una vivienda formal, se asientan donde pueden, muchas veces en zonas de riesgo como laderas o cerca de ríos. Estas colonias nacen sin servicios básicos: sin agua potable, sin drenaje, sin calles pavimentadas. Regularizarlas después es una tarea titánica y carísima para cualquier ayuntamiento, es como llegar a tapar el pozo después de que el niño se ahogó. Es planear hacia atrás.
Relacionado con esto está la bronca de los servicios públicos. Incluso en zonas planeadas, a veces el crecimiento va más rápido que la capacidad del municipio para llevar agua, luz o recoger la basura. ¿Cuántas veces no hemos escuchado quejas sobre baches, lámparas fundidas o tandeos de agua? Esa es la señal de que la planeación de la vivienda y el desarrollo no fue de la mano con la planeación de la infraestructura. Es un reto enorme, sobre todo para alcaldes que están solo tres años y a veces prefieren la obra vistosa de corto plazo que la tubería que nadie ve pero que es fundamental.
Otro monstruo es la especulación del suelo. En ciudades atractivas, el precio de la tierra se va por las nubes. Esto hace imposible que se construya vivienda para trabajadores cerca de sus empleos. El mercado los expulsa a las orillas, a fraccionamientos lejanísimos, condenándolos a pasar horas en el transporte público. He visto cómo zonas céntricas con todos los servicios se llenan de lotes baldíos esperando a 'valer más', mientras la ciudad se expande sin sentido. Para combatir esto, los municipios tienen que ser más listos: crear reservas de tierra, cobrar impuestos a quienes se benefician de la obra pública sin invertir, y promover que se construya hacia arriba en zonas que ya tienen todo, en lugar de seguirse extendiendo.
Y el padre de todos los desafíos: el dinero. La mayoría de los municipios dependen de lo que les manda la federación y los estados. Su capacidad para cobrar impuestos, como el predial, suele ser muy baja. Sin recursos propios, es casi imposible invertir en los grandes proyectos que se necesitan. Por eso, las estrategias tienen que ser creativas. Buscar alianzas con la iniciativa privada (las famosas APP) es una opción. Pero lo más importante es fortalecerse desde adentro: modernizar sus catastros y ser más eficientes para cobrar el predial. Un municipio con finanzas sanas es un municipio con capacidad para decidir su futuro.
Para enfrentar todo esto, la herramienta clave es el Plan Municipal de Desarrollo Urbano (PMDU). Este documento es la brújula de la ciudad. Un buen PMDU, que se haya hecho con diagnósticos serios y consultando a la gente, es el arma más poderosa para poner orden. Finalmente, nada de esto se logra solo. La coordinación entre los tres niveles de gobierno es vital para no duplicar esfuerzos o dejar vacíos. Y, sobre todo, la participación ciudadana. Cuando en la planeación se incluye a los vecinos, a los colegios de arquitectos e ingenieros y a las organizaciones civiles, las soluciones son mejores y todos se sienten parte del proyecto. Un desarrollo urbano exitoso no se impone, se construye en comunidad.
El camino a seguir: Casos de éxito y el futuro de nuestras ciudades
A pesar de este panorama, he tenido la fortuna de ver municipios que le han dado la vuelta a la situación. Estos casos de éxito son la prueba de que, con visión y voluntad política, se pueden lograr grandes cosas en vivienda y desarrollo. Nos enseñan que sí hay un camino. Por ejemplo, siempre menciono a Tlajomulco de Zúñiga, en Jalisco. Durante años, fue el ejemplo del crecimiento descontrolado. Pero en administraciones más recientes, se pusieron serios: crearon un plan de desarrollo que puso el ordenamiento territorial y la participación ciudadana como prioridad. Implementaron consejos ciudadanos para la toma de decisiones, demostrando que si involucras a la gente, los proyectos funcionan mejor y son más cuidados. Es el claro ejemplo de cómo la gobernanza puede encauzar el caos.
Otro caso que me gusta mucho es el de San Pedro Garza García, en Nuevo León, que entendió que la calidad del espacio público es fundamental para la seguridad y la comunidad. Invirtieron en parques de primer nivel, banquetas amplias y seguras, y ciclovías. Demostraron que el desarrollo de la vivienda no termina en la puerta de la casa, sino que se extiende a la calle, al parque, a la vida en comunidad. Una ciudad segura es una ciudad donde la gente quiere y puede estar afuera.
La tecnología también está cambiando el juego. El uso de Sistemas de Información Geográfica (SIG) ya no es un lujo, es una necesidad. Permite a los planificadores ver la ciudad en capas: dónde están las redes de agua, las zonas de riesgo, los valores del suelo. Con esta información, las decisiones sobre desarrollo urbano y vivienda se toman con datos, no con ocurrencias. Igualmente, digitalizar trámites municipales como las licencias de construcción no solo ahorra tiempo, sino que cierra puertas a la corrupción.
Mirando al futuro, veo dos retos que ningún municipio podrá ignorar: el cambio climático y la desigualdad. Nuestras ciudades tienen que volverse más verdes y resilientes. Esto significa construir de manera más inteligente, con materiales de bajo impacto, y sobre todo, dejar de autorizar desarrollos en zonas que sabemos que se van a inundar o que son de riesgo. Los parques que pueden absorber agua de lluvia (parques inundables) o los techos verdes deben ser parte del nuevo estándar de construcción.
Al mismo tiempo, el desarrollo urbano y vivienda debe ser una herramienta para unir a la sociedad, no para dividirla. Tenemos que superar el modelo de fraccionamientos aislados en la periferia y apostar por ciudades donde puedan convivir personas de distintos niveles de ingreso. Esto requiere políticas activas para facilitar el acceso a vivienda bien ubicada, como subsidios bien dirigidos, regulación de alquileres o el fomento de cooperativas. Una herramienta muy útil que siempre recomiendo a funcionarios y ciudadanos es el Índice de Competitividad Urbana del IMCO. Es como una radiografía que compara a las ciudades y ayuda a ver en qué estamos fallando y dónde podemos mejorar.
En conclusión, el camino es complejo, pero no imposible. Requiere alcaldes y regidores con visión de futuro, equipos técnicos profesionales, y sobre todo, una ciudadanía informada y participativa. Porque al final, el desarrollo de la vivienda es mucho más que ladrillos y cemento; es la construcción del espacio donde realizamos nuestras vidas.
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