El Laberinto de los Reglamentos Municipales sobre Vidrios Polarizados

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Cualquiera que maneje por México ha visto la enorme cantidad de autos con los vidrios oscurecidos. Y es que no es un capricho. En la mayoría de nuestros municipios, el sol pega con todo y un buen polarizado ayuda a mantener el coche más fresco, protege nuestra piel de los rayos UV y, por qué no, nos da un poco de privacidad. Pero aquí empieza el problema: esta modificación tan común choca con una red de reglamentos que cambian de un ayuntamiento a otro. La bronca principal es que no hay una ley federal que ponga orden y diga “así son las reglas para todos”. La responsabilidad de regular el polarizado cae en los estados y, más concretamente, en los municipios, a través de sus reglamentos de tránsito. Esto, que podría ser bueno para adaptar la ley a las necesidades locales, crea un rompecabezas de normas que confunde a cualquiera que se mueva entre diferentes ciudades. Para entender el meollo del asunto, hay que hablar del porcentaje de Transmitancia de Luz Visible (VLT). No es más que la cantidad de luz que deja pasar la película del polarizado. A menor porcentaje, más oscuro es. Por ejemplo, en la Ciudad de México el reglamento de tránsito es claro y prohíbe películas que oscurezcan el vidrio más de un 20%. Esto quiere decir que el cristal debe permitir el paso de un buen porcentaje de luz. Pero cruzas al Estado de México y las reglas pueden ser distintas. Y si viajas a municipios de Nuevo León o Tamaulipas, donde la seguridad es un tema delicado, la tolerancia es casi cero. Allá, los operativos son cosa de todos los días y a veces solo te permiten el entintado que trae el coche de fábrica. Créanme, he asesorado a municipios donde este tema es un debate constante en las sesiones de cabildo. El alcalde, los síndicos y regidores tienen que balancear las peticiones ciudadanas con los reportes de sus directores de seguridad. Cada cambio al reglamento de tránsito es una decisión de política pública que nos afecta a todos. El desconocimiento es la principal causa de multas. Damos por hecho que las reglas son las mismas en todos lados y ¡zaz!, nos cae la infracción. En la CDMX, la broma te puede salir entre 20 y 30 UMAS, una lana que seguro tenías destinada para otra cosa. Ese dinero, por cierto, va a la tesorería municipal y se usa, en teoría, para mejorar nuestras calles y la seguridad. Otro punto clave es cómo te miden el polarizado. El agente de tránsito no debería decidir “a ojo de buen cubero”. La falta de aparatos calibrados (fotómetros) para hacer una medición exacta puede llevar a discusiones y a la aplicación injusta de la norma. Es fundamental que los ayuntamientos no solo hagan reglamentos, sino que también capaciten y equipen a su policía para aplicarlos correctamente. En resumen, la autonomía municipal nos da esta diversidad de reglas. Navegar este laberinto requiere que seamos ciudadanos informados, que le echemos un ojo al reglamento de nuestra localidad y estemos al pendiente si vamos a viajar. El debate sobre el polarizado seguirá en la mesa de muchos gobiernos locales, siempre buscando ese difícil punto medio entre nuestra libertad y la seguridad de todos.

Salón de cabildo de un ayuntamiento mexicano donde regidores debaten sobre el reglamento de tránsito municipal.

Seguridad Pública vs. Derechos: El Dilema del Polarizado

Desde la trinchera de la seguridad pública municipal, el asunto es muy claro: un vehículo con vidrios demasiado oscuros es una bandera roja. Para un policía, no poder ver quién o qué hay dentro de un coche es una desventaja enorme. Les impide identificar sospechosos, ver si alguien porta un arma o si llevan a una persona contra su voluntad. Por esta razón, muchos alcaldes y sus gabinetes de seguridad impulsan una política de 'cero tolerancia' o de alta restricción. En las reuniones de cabildo, es común escuchar a los regidores de las comisiones de seguridad argumentar que limitar el polarizado ayuda a prevenir delitos. Muestran casos y estadísticas donde coches con estas características estuvieron involucrados en crímenes, reforzando la idea de que un vidrio oscuro es un riesgo para la comunidad. En municipios con problemas serios de inseguridad, es normal ver 'operativos despolarizadores', esos retenes que se enfocan en cazar a quienes no cumplen la norma. Aunque a muchos nos puedan molestar, las autoridades los defienden como una herramienta necesaria. Pero, ¿qué pasa con nosotros, los ciudadanos? Aquí es donde la cosa se complica. No solo es por comodidad. En un país con tanto sol, las películas de control solar son un tema de salud, pues bloquean los rayos UV que causan enfermedades de la piel. Además, con la inseguridad que vivimos, muchos sentimos que el polarizado nos da una capa extra de protección, evitando que los ladrones vean nuestras pertenencias y haciéndonos sentir menos expuestos. Este choque de intereses pone a los gobiernos municipales en una posición difícil. Tienen que buscar la seguridad de todos sin pisotear nuestras libertades. La solución suele estar en las letras chiquitas del reglamento: los permisos especiales. La mayoría de las normativas, hasta las más duras, contemplan excepciones. Generalmente se dan por dos motivos: salud o seguridad. Si tienes una enfermedad de la piel o una condición médica que te hace sensible a la luz (como lupus), puedes tramitar un permiso. Necesitas un dictamen de un médico de una institución pública, lo presentas en la dirección de tránsito y, si todo está en orden, te dan una autorización que debes traer siempre en el coche. El otro permiso es por seguridad, y está pensado para funcionarios, empresarios o personas que puedan demostrar que corren un riesgo real. Conseguirlo es un proceso mucho más estricto. Por supuesto, las patrullas, ambulancias y vehículos militares están exentos por la naturaleza de su trabajo. Administrar estos permisos especiales es una chamba importante para el ayuntamiento, que debe cuidar que el proceso sea limpio y no se preste a 'mordidas'. Un sistema de permisos mal llevado le quita todo el sentido al reglamento. Al final, la discusión en los municipios también tiene que ver con cómo se perciben las cosas. En algunos lados, un coche muy polarizado es sinónimo de estatus; en otros, de sospecha. Los alcaldes y regidores deben tener buen oído para sentir el pulso de su gente y encontrar un reglamento que no se sienta ni como un abuso recaudatorio ni como una puerta abierta a la delincuencia.

El Impacto en tu Bolsillo y el Futuro de la Norma

Hablemos de dinero y de cómo el reglamento de los vidrios polarizados le pega al bolsillo del ciudadano, al pequeño empresario y al presupuesto del municipio. Cada artículo en el reglamento de tránsito sobre este tema desata consecuencias económicas que hay que entender. Para empezar, hay toda una industria de personas que viven de instalar estas películas. Son negocios, chicos y medianos, que hay en casi cada municipio. Un reglamento demasiado estricto les reduce el mercado drásticamente. Por el contrario, uno más flexible les permite trabajar. Un buen instalador no solo te pone la película, sino que te asesora sobre lo que está permitido en tu ciudad para que no te multen después. Para nosotros, los ciudadanos, cumplir la ley tiene un costo: lo que pagamos por instalar un polarizado legal, lo que nos cuesta quitar uno prohibido o, peor aún, la multa. Y las multas son una fuente de ingresos muy importante para los ayuntamientos. Como ya dije, pueden ser bastante caras. A nivel nacional, las multas de tránsito generan miles de millones de pesos al año, y una buena tajada viene de infracciones como esta. Ese dinero, en un mundo ideal, se reinvierte en la comunidad: en arreglar baches, poner señalamientos o en programas de seguridad vial. Así que, viéndolo fríamente, el reglamento también es una herramienta para que el municipio recaude fondos. Pero aquí es donde la gente se molesta. Muchos sienten que algunos municipios endurecen las reglas no tanto por la seguridad, sino para sacar más dinero, lo que genera desconfianza y la sensación de que los tránsitos solo están 'cazando'. Y luego está el tema social, la percepción de que la ley no es pareja. ¿Cuántas veces no hemos pensado: '¿por qué a mí sí me paran y al del carrazo con vidrios negros ni lo voltean a ver?' Aunque la ley debería aplicarse a todos por igual, la decisión del agente en la calle puede no ser siempre imparcial. Este es un reto para los alcaldes y su cabildo, que deben asegurarse de que la aplicación sea justa. Mirando hacia el futuro, la tecnología podría cambiar las reglas del juego. Ya existen vidrios 'inteligentes' que se oscurecen o aclaran con un botón. Hoy son carísimos, pero si algún día se vuelven comunes, se acabaría el debate. Por otro lado, cada vez más voces piden que se ponga orden y se cree una norma nacional. Organizaciones civiles y la industria automotriz buscan reglas claras y uniformes para que un conductor no viva con el Jesús en la boca cada que cambia de municipio. Una ley federal podría fijar límites claros, dejando un pequeño margen a los municipios, pero evitando las contradicciones de hoy. Mi recomendación final, como alguien que ha navegado estos temas por años, es simple: sé proactivo. Antes de polarizar tu coche, busca en internet el reglamento de tránsito de tu municipio o date una vuelta a las oficinas. La información suele estar en la página del ayuntamiento. Para entender mejor cómo funciona tu gobierno local, el portal del INAFED es una excelente herramienta. En conclusión, este tema es mucho más que una simple regla de tránsito. Afecta nuestra economía, el dinero del municipio, la justicia social y la confianza en nuestras autoridades. El futuro de esta norma dependerá de que encontremos soluciones que equilibren seguridad, salud y libertad en nuestros municipios.